Creencias Funcionales y Creencias Sociales
La gente es aceptada o rechazada en base a sus creencias, luego una función de la mente puede ser sostener creencias que procuren al que las sostiene el mayor número de aliados, protectores y discípulos, más que creencias que sean verdaderas.
- Steven Pinker
Es peligroso tener razón en materias en las que las autoridades establecidas están equivocadas.
-Voltaire
Cualquiera puede creer en la verdad. Creer en algo absurdo es una prueba infalible de lealtad
-Mencius Molbug
Es difícil conseguir que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de no entenderlo
-Upton Sinclair
En esta entrada voy a comentar un par de artículos de blog que plantean una distinción muy interesante entre dos tipos de creencias. Esta distinción creo que nos puede ayudar a entender mejor el mundo que nos rodea.
La entrada principal es la titulada Crony Beliefs, del blog Melting Asphalt, escrita por Kevin Simler. Comienza planteando que deberíamos considerar que las creencias en el cerebro son como empleados en una compañía. Los empleados son contratados para hacer un trabajo, a saber, ayudar a la compañía a conseguir sus objetivos. Si el empleado cumple este trabajo se queda, si no lo cumple es despedido. De la misma manera, podemos pensar que las creencias han sido contratadas por el cerebro para hacer un trabajo que es proporcionar una información precisa acerca del mundo (tranquilos que ahora ampliamos esto). Necesitamos saber dónde hay leones (para evitarlos), qué plantas se pueden comer y cuáles son venenosas, con quién se puede ligar porque está libre, etc. Cuanto más acertadamente reflejen nuestras creencias la realidad, mejores acciones vamos a tomar en el mundo real y nuestra supervivencia y nuestro éxito reproductivo va a ser mayor. Si una creencia modela mal el mundo exterior deberíamos deshacernos de ella.
Hasta aquí todo claro, pero hay más. Imaginemos una compañía llamada Acme Corp. instalada en una pequeña ciudad llamada Nepotsville (de nepotismo). En esa ciudad existe una regla no escrita según la cual para poder hacer negocios allí las compañías deben contratar a amigos y familiares de los políticos del ayuntamiento. Las compañías que cumplen la regla reciben permisos y ganan contratos y las que no cumplen la norma reciben demandas judiciales y al final se las impide trabajar. En este tipo de ambiente, Acme se enfrenta a dos tipos de incentivos: uno pragmático y otro político. Por un lado, como toda compañía tiene que hacer proyectos, presupuestos, etc. y para hacer esto necesita seguir una meritocracia, es decir, contratar empleados eficaces, buenos trabajadores y despedir a los malos. Pero, al mismo tiempo, Acme necesita templar gaitas con los políticos y para ello necesita caer en un “amiguismo” por el que va a contratar a empleados “bien conectados” políticamente con el ayuntamiento y tiene que evitar que se despida a estos empleados aunque lo hagan mal, es decir, tiene que olvidarse de la meritocracia. Imaginemos que Acme contrata a un tal Robert, que es sobrino del alcalde y que a los 6 meses le va a evaluar. Robert es un trabajador terrible, pero se le trata con guantes de seda porque es el sobrino del alcalde. Desde luego no se le despide. Está claro que Robert es un empleado diferente, con él no rige la meritocracia.
Y esto es lo que sostiene Simler que ocurre con creencias muy locas y extrañas que tenemos los humanos: conspiraciones, aliens, creencias religiosas, políticas…Estas creencias no serían contratadas para que nos representen el mundo de forma fidedigna sino por sus ventajas sociales y políticas. Dicho de otra manera, al igual que la compañía Acme, el cerebro se tiene que manejar con dos sistemas de recompensa opuestos:
1- Meritocracia: tenemos que monitorizar que nuestras creencias reflejen bien el mundo real porque si vamos sin querer a un sitio donde hay leones perecemos. No podemos actuar en base a falsas creencias. A estas creencias “realistas” las vamos a llamar creencias funcionales.
2- Amiguismo: en estas creencias lo importante no es que reflejen bien el mundo real sino que nos ayuden a navegar el mundo social, a que no nos despidan, a que no nos echen del grupo. A estas creencias “amiguistas”, de valor “político” las vamos a llamar creencias sociales.
Robin Hanson lo explica de una manera parecida en esta entrada en la que compara a las creencias con la ropa. La ropa tiene que mantenernos calentitos, protegernos de heridas, ayudarnos a llevar cosas encima, etc., ese es su lado funcional. Pero la ropa también nos sirve para identificarnos con un grupo u otro, para señalar nuestras riquezas, profesión, estatus social, etc. Es decir, que la ropa tiene una función social. Con las creencias, repite Hanson, ocurre lo mismo, que también sirven para identificarnos con grupos, para señalar nuestra riqueza, profesión y estatus social.
El punto detrás de todo esto, es que la función del cerebro no es encontrar la verdad, sino ayudar a los genes a hacer más copias de sí mismos. Por ello, si un cerebro anticipa que va a ser recompensado por adoptar una determinada creencia no tendrá ningún problema en hacerlo y no se pregunta si la recompensa viene por un motivo pragmático (porque ayuda a tomar mejores decisiones en el mundo real) o por un motivo social (porque va ser mejor tratado por sus iguales), o por una mezcla de las dos. Ya os dais cuenta de que la separación entre estos dos tipos de creencias no es total y que hay un solapamiento, por ejemplo las creencias sociales son funcionales porque llevan a resultados pragmáticos de mayor supervivencia…pero vamos a continuar con la distinción a efectos de la argumentación general de que hay creencias más útiles en el mundo real y creencias más útiles en el mundo social.
Es importante esta distinción, a mi modo de ver, porque normalmente nos olvidamos de las creencias sociales y no nos damos cuenta de lo importantes y omnipresentes que son. A cualquier sitio que miremos nos encontramos con presiones para adoptar creencias sociales. En el trabajo nos recompensan si creemos cosas buenas acerca de la empresa. En la iglesia nos recompensan si tenemos fe y nos excomulgan si adoptamos una herejía. En política ocurre exactamente lo mismo y se recompensa seguir la línea del partido y se castiga no seguirla, etc.
Si alguna vez has querido creer algo, pregúntate de dónde viene ese deseo. Pista: no se trata solo del deseo de creer que ese algo es verdad. Resumido: Igual que el dinero puede pervertir la investigación científica, los incentivos sociales tienen el potencial de distorsionar las creencias.
Hasta ahora hemos descrito al cerebro como “respondiendo a incentivos”, lo que le adjudica un rol pasivo. Pero hay que adoptar también otra perspectiva, la de que los cerebros adoptan activamente creencias sociales para influenciar a otra gente. En otras palabras, usamos las creencias sociales para posturear. Unas veces nos puede interesar adoptar unas creencias para pasar desapercibidos, otras para hacernos notar y señalar lo independientes que somos, otras para adular al que manda, otras para señalar lo buenos que somos y nuestra superioridad moral (el virtue signalling tan generalizado en las redes sociales), etc. Hay que tener presente también que tenemos que posturear ante diferentes audiencias y que las creencias que nos vienen bien ante amigos igual nos perjudican ante nuestros compañeros de trabajo o de partido, por ejemplo. Así que la interacción entre estas dos creencias es complicada.
Simler lanza la hipótesis de que los incentivos sociales son la raíz de todos nuestros grandes errores de pensamiento. Imaginemos que en vez de Homo sapiens fuéramos la especie Solo sapiens, una especie igual de inteligente que la Homo pero sin vida social. En este caso, nuestras mentes serían unas limpias y eficaces máquinas de procesar información intentando simplemente hacer el mejor modelo del mundo posible. Seguro que produciría errores debido a los factores normales: información imperfecta, tiempo limitado, limitada capacidad de procesamiento. Pero estos errores serían pequeños y corregibles. Nada que ver con los groseros, sistemáticos y terribles errores de las creencias sociales. Vivimos con otra gente y el problema es que los demás nos recompensan por creer falsedades y nos castigan por creer la verdad.
Dos matices, uno de los cuales ya lo señalaba de paso. Una creencia puede servir a un propósito funcional y a uno social a la vez. Por ejemplo “mi equipo es el mejor, el más competente” tiene una función social que ayuda al equipo y también a mí en cuanto hace que no me echen de él. El segundo matiz es que no siempre una idea social es falsa y una funcional verdadera. Lo que las distingue no es que sean falsas o verdaderas sino el mecanismo por el que se nos recompensa por tener esas ideas. Pero en general las ideas funcionales es más probable que sean verdaderas. En la tabla tenéis las características de los dos tipos de ideas.
Identificar las creencias sociales
Vamos ahora con la pregunta del millón: ¿cómo podemos saber cuáles de nuestras creencias son sociales? Es decir, nuestra mente debería saber de alguna manera que una creencia es social para no despedirla creyendo que es una mala creencia funcional y arriesgarnos así a un grave costo social. Pues deberíamos esperar que con las creencias funcionales (las que tratan de representar bien el mundo) deberíamos tener miedo a equivocarnos y desearíamos ser criticados y corregidos. Con una creencia funcional no hay problema en que nos digan que estamos equivocados y corregirla. Si me dicen que el partido de fútbol de mi hijo no es a las 6 de la tarde, como yo creía, sino a las 5, pues yo encantado, ningún problema. Pero las creencias sociales son otro asunto. Como no buscan reflejar bien la realidad no tenemos necesidad de desear que nos las critiquen, sino mas bien todo lo contrario. Es más, las creencias sociales necesitan ser protegidas de las críticas, porque no serían capaces de soportarlas. Por ello, debemos esperar que nuestro cerebro adopte una actitud de protección y defensa de nuestras creencias sociales.
Las creencias sociales deberían tener estas características:
Abstractas y no prácticas. Las creencias funcionales tienen valor porque reflejan bien el mundo y nos ayudan a elegir buenas acciones. Si una acción (como votar) no produce beneficios materiales de algún tipo entonces es una creencia social.
Beneficio de la duda. Cuanto más ciega una idea (religiosa, política, etc) más posibilidad de que sea social.
Visibilidad. Cuanto más destacada y manifiesta, cuanto mayor sea nuestra necesidad de hablar de esa creencia, de exhibirla como un pin, más probable que sea social.
Exceso de Confianza. Las creencias sociales tienen más valor social cuanto más confianza tengamos en ellas.
Resistencia a apostar. Apostar a una creencia es como actuar en base a ella. Si no estamos dispuestos a apostar por ella es que alguna parte de nuestra psique sabe que es poco probable que sea verdad.
Fuertes emociones. El signo más distintivo de una creencia social es que de lugar a unas fuertes emociones, como sentirnos orgullosos de esa creencia o sentir angustia ante la necesidad de tener que cambiarla, o ira si somos criticados. Estas emociones no tienen sentido en una creencia funcional pero por supuesto tienen todo el sentido en una creencia social ya que necesita especial protección porque no resistiría el desafío propio de una meritocracia.
El cambio climático, política, religión y otras creencias como creencia social
El artículo de Simler llega aquí a un apartado bastante provocador donde acusa al lector (piense lo que piense) de que su creencia sobre el cambio climático es social (amiguista). El lector puede objetar que su postura es muy razonada, que ha leído mucho y que por eso cree X y no Y. Pero el argumento de Simler es el siguiente. Simler no acusa al lector (sea quien sea) de que su creencia es falsa…la acusación es que es social, es decir que el mecanismo de recompensa de esa creencia es social. ¿Por qué? Porque no hay forma de actuar en base a esa creencia. Es decir, no hay acciones que yo pueda tomar cuya recompensa (para nosotros como individuos) dependan de que esa creencia sea verdadera o falsa. Este sería el caso por ejemplo de un inversor de un hedge fund que hubiera puesto dinero en que el clima va a evolucionar de una manera o de otra. Para la mayoría de nosotros, nuestros incentivos por esa creencia respecto al cambio climático provienen completamente de otra gente, no de la verdad o falsedad de la creencia.
Pero este argumento sobre el cambio climático vale para otros tipos de creencias diferentes:
Las creencias políticas, como qué candidato nos va a llevar a la prosperidad o si el control de armas salva vidas.
las creencias religiosas, como si Dios aprueba el control de natalidad o si el Islam es una religión de paz
Las creencias éticas, como si los animales son personas o la respuesta a los problemas morales sobre tranvías.
Las creencias acerca del yo, como “Soy una buena persona” o “Tengo libre albedrío”
Las creencias acerca de los grupos de identidad, como si hombres y mujeres tienen diferencias estadísticas en aptitudes o preferencias o si ciertas razas son peor tratadas por la policía.
El argumento de Simler es que dado que es imposible actuar en base a estas creencias no hay fuentes legítimas de recompensa para ellas. Sin embargo, tenemos enormes recompensas sociales por parte de nuestro grupo por profesarlas. Tengo que manifestar que yo en este punto tengo mis dudas y no estoy del todo con Simler aunque reconozco que tiene un buen punto de razón. Por ejemplo, a James Damore le han despedido de su trabajo por tener ciertas ideas acerca de las diferencias medias entre hombres y mujeres y en este punto tiene razón Simler que la recompensa o castigo, (en este caso el castigo) le ha llegado de los demás, del grupo (la empresa) y no por el hecho de que su creencia fuera verdadera o falsa en el mundo real. Pero un creyente religioso puede realizar un suicidio con explosivos y en este caso la recompensa o castigo le llega por el mundo real, no por el social. En fin, interesante cuestión para debatir.
Conclusiones
A pesar de las pegas, creo que esta distinción entre creencias funcionales y sociales es muy interesante para pensar sobre el mundo y si no sabemos diferenciarlas vamos a cometer muchos errores. Un ejemplo que se me ocurre es lo que han hecho los nuevos ateos como Dawkins. Dawkins se ha empeñado en criticar las creencias religiosas porque son irracionales y están desbancadas por la ciencia. ¿Qué está haciendo Dawkins? Pues está confundiendo claramente una creencia social y la está tratando como una creencia funcional con el resultado por todos conocido…que no ha tenido ningún éxito. El mismo error lo he cometido yo en la entrada anterior cuando doy argumentos (copiados de Browne la mayoría) contra la idea extendida en nuestra sociedad de que las diferencias sexuales se deben a la socialización. Yo también estoy tratando esta creencia como si fuera funcional cuando claramente es una creencia social. No tiene ninguna pinta de que la gente vaya a cambiar esa creencia en base a argumentos racionales.
Y esto nos lleva a cuál podría ser la solución para que los seres humanos podamos tener creencias que se ajusten más a la realidad. La solución, según Simler, es enseñar racionalidad y pensamiento crítico a todo el mundo en la sociedad para conseguir que toda la comunidad llegue al acuerdo de recompensar a los demás por la fidelidad o precisión de sus creencias. Es decir, que llegara a ser una norma de la sociedad recompensar a las personas por la racionalidad con la que nos comuniquemos. Ni que decir tiene que esto se me antoja verdaderamente difícil. En lo que sí estoy de acuerdo es en que, dado que la recompensa de las creencias sociales procede del mundo social, hay que cambiar algo en el mundo social. Lo que no alcanzo a ver es cómo se puede conseguir eso.
Nota: el artículo de Simler tiene un Apéndice donde trata el tema de las diferencias entre las creencias sociales y las mentiras.
@pitiklinov