Si quieres darle unas vueltas al tema, lee este artículo que resume las vueltas que le han dado los filósofos hasta ahora. Trato algunas brevemente.
El primero en plantear el problema fue Bernard Williams en este artículo:
The Makropulos case: reflections on the tedium of immortality. "El caso Makropulos" es el título de una obra de teatro escrita por Karel Čapek, que cuenta la historia de Elina Makropulos, una mujer que adquiere el elixir de la vida a la edad "biológica" de 37 años. El elixir prolonga su vida "cronológica" 300 años, mientras la mantiene estancada en la edad "biológica" de 37 años. Sin embargo, tras 300 años, encuentra su interminable vida profundamente aburrida y vacía. Así que decide no volver a beber del elixir y muere poco después.”
Williams plantea que la inmortalidad, una vida sin la muerte, no tiene sentido, que la muerte da sentido a la vida. La inmortalidad sería intolerable e “invivible”.
“En un capítulo de sus Problemas del yo, Bernard Williams introduce una distinción entre distintos tipos de deseos que, en su opinión, ayuda a justificar la decisión de Elina. Según Williams, los deseos condicionales son aquellos que están "condicionados a estar vivo", mientras que los deseos categóricos son aquellos en virtud de los cuales uno quiere estar vivo o, como dice Williams, deseos que nos impulsan "hacia el futuro" (El deseo de agua u oxígeno son ejemplos paradigmáticos de deseos condicionales. Los deseos condicionales supuestamente no nos proporcionan razones para seguir viviendo; se obtienen porque uno está viviendo. Quien desea oxígeno normalmente lo hace sólo porque el oxígeno es necesario para seguir vivo, y quiere seguir vivo; por regla general, y fuera de los laboratorios de química, no parece haber ninguna razón para desear oxígeno excepto porque es necesario para seguir vivo.
Por el contrario, los deseos categóricos son los que motivan a alguien a levantarse de la cama por la mañana, los que le animan a planificar el futuro y los que hacen que contemplar el suicidio le parezca absurdo. Los deseos categóricos varían mucho de una persona a otra. Algunos quieren vivir para ver crecer a sus hijos, otros para terminar de escribir la novela en la que han estado trabajando, otros para seguir luchando por una causa política con la esperanza de cambiar la sociedad a mejor, etc.”
Según Williams, el problema de Elina era que vivía tanto tiempo que, para cada proyecto que quería llevar a cabo, tenía tiempo suficiente para terminarlo o perder el interés por él. Sin deseos categóricos, la vida de Elina se volvió intolerablemente aburrida:
“Su problema era, al parecer, el aburrimiento: un aburrimiento relacionado con el hecho de que todo lo que podía suceder y tener sentido para un ser humano en particular ya le había sucedido a ella.”
Ha habido diversas réplicas a este planteamiento de Williams. Algunos filósofos plantean que hay deseos que no se agotarían nunca como el de dominar un instrumento musical o el de leer novelas porque se seguirían escribiendo nuevas novelas, etc. Este planteamiento tiene la pega de que el valor de satisfacer los deseos disminuye cada vez que los satisfaces y por ejemplo, cada libro que lees hace que vayas teniendo menos interés en seguir leyendo. Leer otro libro no te aportaría un valor adicional.
Otro argumento contra Williams es que una cosa puede ser aburrida pero que puede tener sentido. Por ejemplo, Teresa de Calcuta se aburriría de salvar gente en una vida inmortal pero su labor de salvar vidas seguiría teniendo sentido.
Personalmente, me han gustado los argumentos en contra de la inmortalidad de Smuts: “A lo largo de una vida eterna, uno lograría todo lo que podría esperar lograr y luego se vería frustrado por sus limitaciones indefinidamente". Si no tienes inclinaciones matemáticas o tus pulmones son débiles, es posible que nunca puedas inventar el cálculo o escalar el Everest, por mucho tiempo que tengas. En términos más generales, si tus capacidades no te permiten hacer o descubrir x, y te empeñas en intentarlo, te encontrarás eternamente frustrado.”
En mi caso me encantaría ser un gran compositor y músico pero, dado mi limitado talento, nunca podría componer o tocar la guitarra como los genios que admiro. Creo que tiene razón Smuts en que una vida eterna haría que me sintiera eternamente frustrado.
Una última reflexión es la siguiente: "Una existencia eterna, para criaturas como nosotros, o bien tendría como resultado el agotamiento de todos nuestros deseos categóricos, lo que nos llevaría a un aburrimiento interminable, o bien tendría como resultado la adquisición de deseos categóricos completamente nuevos, lo que nos llevaría a la pérdida de nuestra identidad…".
En este sentido de la pérdida de identidad es interesante este experimento mental:
“La Cura: Tienes veinte años y te han diagnosticado una enfermedad que te causará la muerte en cinco años.
Sin embargo, gracias a los recientes avances de la ciencia y la medicina, se ha desarrollado una cura para tu enfermedad. Si sigues el tratamiento, vivirás unos sesenta años más, años que puedes predecir con seguridad que serán felices.
Pero se trata de un tratamiento desarrollado recientemente, con algunos efectos secundarios dignos de mención. Si lo tomas, experimentarás un cambio radical de personalidad. Los deportes que actualmente te gustan, los odiarás. La música que desprecias, la amarás.
Te harás amigo de personas que ahora te resultan molestas y perderás el contacto con los que hoy son tus mejores compañeros. Harás planes que ahora te parecerán extraños y trabajarás en proyectos en los que nunca habrías trabajado de otro modo.”
¿Tomarías el tratamiento?
¿Dónde está la línia que separa la abulia y el tedio más marcado de una existencia plácida? A mi modo de ver, la "ataraxia"(un estado base con necesidades cubiertas y pocas oscilaciones gracias a habilidades adquiridas y cierto conocimiento del mundo) requiere de dosis de placer con relativa frecuencia. Sin embargo, este ha de entenderse en sentido amplio (incluyendo muchas cosas). Una vida sin placer y sin dolor puede dar miedo, como muestran ciertas personas mayores sin dolores, pero sin capacidad de disfrutar ni hacer muchas cosas. Podría argumentarse que es debido a que siguen teniendo el deseo de hacerlas, pero he observado algún anciano sin dolor al que se le hacen tediosas las horas mismas sin que desee hacer nada. La pura contemplación sólo está reservada a muy pocos, a aquellos que han conseguido un control muy elevado sobre sí mismos capaz de producirse goce a sí mismos (todos podemos en un grado menor).Yo estoy aquí con el Buddha: ni entregarse a la carne ni mortificarse. No obstante, creo que sin ese estado base de calma es muy difícil hablar de buena vida.
Asumimos que sin sensación presente no hay bienes y males, y esto nos lleva a lo que mencionaste en tu artículo sobre Benatar (otro que tengo pendiente de leer, como a ti). Yo encuentro irrefutable el argumento de Epicuro, y había llegado a la conclusión de que nos lleva a considerar como algo no-malo muertes sin sensación (envenenamiento), pero también a la clásica frase de que "un cerdo satisfecho es preferible a un Sócrates insatisfecho". Asumir e integrar esto verdaderamente nos libera, y nos da esa "libertad anterior", pues muchos males desaparecen si no aparecen en la vivencia actual que uno tiene. Un claro ejemplo de esto es la identificación de la felicidad con el juicio en nuestra vejez de nuestra vida. Sabemos que esa idea es socialmente muy útil, pero si nos ceñimos a la vivencia y conocemos las inmensas distorsiones cognitivas del hombre, vemos que esa valoración biográfica tiene valor en cuanto sucede, no por lo sucedido antes (que, en todo caso, afecta esa sensación presente por aprendizajes y asociaciones semánticas). En otras palabras: alguien puede juzgar su vida en retrospectiva cómo mala, pero acto seguido sonreír y decir "¿qué carajo me aporta pensar esto?" (ejemplo análogo en el experimento mental de la inmortalidad: ¿sufriríamos sin pensar en la muerte y sentir miedo ante amenazas, o en la eterna repetición de siempre lo mismo?). La pregunta que importa es: ¿es la sensación presente la que tiene valor o el historial de estas? Así planteada, parece un falso dilema. Una consecuencia de esta pregunta es darnos cuenta de que la longevidad o la acumulación de experiencias no tienen valor, ya que la vivencia que sentimos no es acumulable (no es una cosa), sólo es susceptible de valencia e intensidad. Sin embargo, esa acumulación cobra sentido si entendemos por ella la sucesión de vivencias; es decir, el continuo de sensaciones que vamos experimentando día a día. No vivimos "rallados" en una sola vivencia, si no en una sucesión de estas. Por eso, creo que la única forma de entender la buena vida en su acepción subjetiva (es decir, sin contar con nuestras acciones y efectos en los demás) es identificarla con esa sucesión de vivencias dentro del periodo de tiempo que vivimos. Si durante una fase de nuestra vida nuestra tónica general es de sufrimiento, está claro que no es buena subjetivamente; y viceversa. La arbitrariedad de los límites es palmaria, pero creo que es útil para orientarnos y evitar tanto un presentismo extremo que nos llevaría a la muerte como postergar la dicha a un futuro inexistente.
Los seres humanos valoramos la sensación presente, pero también las potenciales sensaciones futuras; y no sólo a nivel social, que por supuesto, sino en el plano individual. Nuestros actos van siempre oscilando en ambas direcciones, y lo suyo sería, atención al "topicazo": el punto medio. No tiene sentido sacrificar el presente por un futuro que a lo mejor no se realiza, pero tampoco hipotecarlo, pues sabemos que si se materializa lo que hagamos hoy afectará el mañana. Si no realizamos esta distinción, es imposible entender cómo puede ser malo emborracharse hasta el exceso mientras uno lo pasa bien, puesto que es malo por lo qué sentiremos después y la afectación que tendra en nuestro cuerpo (igual que el fumar) que nos afectará más tarde todavía.
Esto plantea interrogantes morales brutales sobre qué priorizar, el ahora o el mañana, basados en el "requisito de existencia" que mencionas (¿quien, si no existe, padece el bien o el mal?): ¿tener o no hijos? ¿cuando debo poner fin a mi vida? ¿debemos dar la mejor calidad de vida a los humanos de hoy sin importarnos los del futuro (pues no existen)? ¿minimizar o maximizar vidas?
El argumento de la privación de Benatar me parece discutible, ya que si lo asumimos estamos siempre privados de un sinfín de posibilidades y cuasi toda acción podría ser una privación de algo mejor por coste de oportunidad (véanse los reproches a los padres). Precisamente, esa es la crítica al deseo del budismo o de Epicuro, de que el placer es fácil si quitamos ese deseo. En segundo lugar, el requisito de existencia me parece imposible de refutar. Sólo la potencialidad de dicha futura puede refutarlo, pero aquí entra el control que tenemos los humanos: ¿podemos garantizar vidas de antemano con mucho más placer que sufrimiento? Si fuera el caso, sí podríamos decir que la existencia es preferible a la inexistencia y maximizar el número de vidas. Observamos que el progreso material gracias a mayor control ha eliminado muchos sufrimientos, pero les ha añadido otros (la ansiedad, la insatisfacción, el insomnio, el cansancio, el sentirse a disgusto con uno mismo...) que la mayoría de personas que los padecen no pueden controlar. Supongamos que erradicamos el dolor "físico" y aquél fruto de la violencia entre hombres, ¿podremos hacer lo mismo con esos otros padecimientos más etéreos? A mi me parece imposible, en parte porque esas sensaciones son resultante de cómo somos culturalmente y se nos enseña a "interpretar" el mundo, a valorar los acontecimientos y crear una narrativa sobre todas las cosas (yo le llamo sufrimiento lingüístico). Es presumible que a mayor control sobre todas las variables, la más leve oscilación se vuelva aversiva y que un deseo frustrado cause un sufrimiento análogo al que antes producía otro mucho mayor por habituación. A su vez, tenemos una naturaleza biológica gregaria clara, que hace que aun estando satisfechos y tengamos control, haya una competencia por aprobación que crea sufrimiento. La única opción de eliminar esos sufrimientos culturales y biológicos sería un ser humano y unas sociedades presentistas, con el deseo controlado y a las qué no les importase morir y aceptasen una desaparición paulatina tipo "paliativos". Un vencimiento total de la carne por el espíritu, si nos ponemos metafóricos e interpretamos caritativamente (y no como ateos borricos que no saben traducir) las tradiciones religiosas de distintas culturas. Un imposible, creo.
Sí creo que muchas personas pueden tener ese control suficiente para vivir bien, gracias a su historia de aprendizaje y su contexto. El control es posible, por ejemplo: a) entender e integrar (no son lo mismo) el determinismo de verdad te lleva a no sufrir por la extinción de determinados entes ni por la mutabilidad de las cosas; b) entender que las narrativas y nuestras concepciones son parte de procesos deterministas, y por ende instrumentos: pensar algo nos afecta con independencia de la veracidad de lo pensado; c) conocer la afectación que tienen nuestras acciones y las cosas en nuestro estado de activación base nos permite actuar en base a su persecución; d) el control técnico sobre el puto mundo; e) enseñar los principios de aprendizaje y la conducta verbal.
Preguntar si la vida es buena o mala, o si es preferible o no vivir, es un falso dilema; y también es ininteligible, pues tal pregunta se la hace un viviente x y no la "nada". Hay vidas que merecen ser vividas y otras que no, pero más allá de ciertas obviedades y necesidades básicas, no tenemos el conocimiento ni el control para predecir qué vida en concreto (idiosincrática por muchos procesos diversos entrelazados), ni qué periodo concreto de una vida, merecerá o no la pena. Sin embargo, de cara a engendrarla la pregunta sí es pertinente. Los argumentos del anti-natalismo me parecen muy poderosos y difícilmente refutables si pensamos exclusivamente en el bien del que va a nacer, pues no podemos garantizar que no sufrirá horrores (aquí existe el argumento de que agradecemos que nos hubieran tenido, pero el requisito de existencia vuelve a aparecer refutando). Sin embargo, me parecen un exceso de racionalidad que no tienen aplicación real en el mundo, pues la racionalidad no mueve a las personas. El anti-natalismo implicaría la desaparición de la sociedad, y en el proceso de competencia entre sociedades habría daños a los sujetos existentes que los moverían a la procreación para mejorar su nivel de vida. Para maximizar su bien particular y tribal, afectarían a otras sociedades y a los nonatos (por no hablar de otras especies). Así fue, y así será; y gracias (o por desgracia) a ese comportamiento egoista y altruista a la vez, estamos hoy aquí, gozando o sufriendo de vivir.
El tema de la libertad humana, que puede tener cierto sitio en este debate (en el suicidio o en el control que tenemos de tener una buena vida), me parece un falso problema. Si nuestra libertad subjetiva se corresponde con una libertad objetiva, nuestras acciones cambiarán el devenir del mundo. Si no se corresponde, al ser nosotros y nuestras acciones esos procesos deterministas, el devenir del mundo seguirá cambiando por esos mismos procesos, dándonos la sensación, que es real, de que lo cambiamos, pues somos esos procesos.